El Domingo rociero de la Feria Real de Algeciras reunió entre las casetas y el asfalto del recinto a miles de algecireños y visitantes de otros puntos del Campo de Gibraltar. La fiesta estaba servida y nadie quería perderse la primera sesión matinal de las fiestas. La música, los aperitivos y los caballos tomaron la jornada grande. El calor no hizo sombra al día festivo, aunque sí fueran muchas las personas que buscaban refugiarse de los rayos del sol en el interior de las casetas.
El abanico y el microclima dispuesto en los laterales de las calles suavizaban en gran medida las altas temperaturas, pero no impedía que conforme caían los minutos del reloj llegara más y más gente. Sobre las doce del mediodía aún era temprano para muchos, especialmente porque en la madrugada del sábado ya arrancó de forma oficial la feria con el alumbrado y todas las casetas abrieron sus puertas para el baile y el cante.
A partir de las dos de la tarde las calles fueron llenándose y la portada del Real volvía a convertirse, un año más, en el punto de encuentro de amigos y familiares. Dada la hora y el fuerte calor lo que sí estaban llenos eran los establecimientos caseteros. El olor a pescaito y a carne tomaba las calles y ninguna silla con mesa estaba vacía. Los carteles llamaban como reclamo en algunas casetas a las degustaciones gratuitas y las paellas y las planchitas se hacían casi a pie de pista junto a las decenas de jamones colgados a vista de los viandantes.
A partir de las cuatro de la tarde andar por el ferial empezó a dejar de ser “tarea fácil”. Los recintos juveniles ya estaban dispuestos para empezar la larga jornada que les esperaba, siempre hasta altas horas de la madrugada, y ya se iban formando multitudinarias colas de personas en las puertas para poder acceder al buen ambiente musical y festivo que ofrecían a los feriantes. Las calles Encajes y Pulseras eran las que más tránsito tenían por la ubicación de las casetas juveniles.
Conformen iban cayendo las horas más personas llegaban al recinto ferial. Algunos prefirieron aguardar en casa las horas de calor para llegar en torno a las siete de la tarde y disfrutar así hasta la madrugada.
En las calles se podían observar auténticas obras de arte. Las mujeres aprovecharon el Domingo rociero para mostrar sus mejores trajes de gitana. El color desvirtuaba el gris del asfalto, los lunares tomaban el protagonismo merecido con el vaivén de los volantes y los hombres, muchos de ellos vestidos de corto, resguardaban su mirada bajo los típicos sombreros.
Además de muchas personas con ganas de bailar y cantar, también había hombres y mujeres que salían al paso de los viandantes para vender todo tipo de artículos, desde los globos que brillaban entre los rayos del sol hasta abanicos, vasos de fino en recuerdo de esta edición de la feria, sombreros de paja para camuflar el calor y paquetes de tabaco.