Es sabido que los orígenes de las traslaciones de la Virgen del Rocío a Almonte está motivada por las grandes sequías. Los almonteños vieron el remedio a esta situación en las constantes imploraciones de lluvia a María Santísima de Las Rocinas, curiosamente, la primera de ella documentada en abril de 1589.
Hoy en medio de otra sequía que asola nuestro país, queremos recordar una de las últimas rogativas que ejerció el pueblo de Almonte a su Patrona, efectuado el 1 de febrero de 1981, donde una larga comitiva emprendió desde Almonte el camino junto al simpecado hacia las plantas de la Blanca Paloma.
𝘈𝘳𝘵í𝘤𝘶𝘭𝘰 𝘵𝘪𝘵𝘶𝘭𝘢𝘥𝘰 «𝙍𝙤𝙜𝙖𝙩𝙞𝙫𝙖𝙨 𝙥𝙤𝙧 𝙡𝙖 𝙡𝙡𝙪𝙫𝙞𝙖 » 𝘱𝘰𝘳 𝘑𝘶𝘢𝘯 𝘐𝘯𝘧𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘎𝘢𝘭á𝘯. 𝘗𝘦𝘳𝘪ó𝘥𝘪𝘤𝘰: 𝘈𝘉𝘊 𝘥𝘦 𝘚𝘦𝘷𝘪𝘭𝘭𝘢.
El pasado domingo se celebró la anunciada peregrinación del pueblo almonteño al santuario de su Patrona, la Santísima Virgen del Rocío, en rogativas por la lluvia. Se inició a las ocho y media de la mañana con misa votiva en la iglesia parroquial, de donde seguidamente partieron los peregrinos, presididos por la junta de gobierno de la hermandad matriz, con el párroco y el coadjutor, llevando delante el simpecado de la Virgen. La marcha se detuvo unos minutos en El Chaparral para cantar una salve ante el Alto del Molinillo, lugar donde tradicionalmente es descubierta la Imagen de la Virgen en sus venidas al pueblo.
𝗥𝗘𝗣𝗜𝗖𝗔𝗥𝗢𝗡 𝗟𝗔𝗦 𝗖𝗔𝗠𝗣𝗔𝗡𝗔𝗦 𝗗𝗘𝗟 𝗦𝗔𝗡𝗧𝗨𝗔𝗥𝗜𝗢.—La multitud de peregrinos a pie tomó luego el antiguo camino de Los Llanos, agregándosele numerosos grupos, hasta cubrir la comitiva más de tres kilómetros, con unas ocho mil personas. La llegada a la aldea del Rocío, prevista para poco después del mediodía, no fue hasta las seis de la tarde, celebrándose a continuación misa votiva para pedir la lluvia, oficiada por el coadjutor y concelebrada por el párroco. De modo totalmente imprevisto, las nuevas campanas de la todavía no inaugurada espadaña se estrenaron e inauguraron con un solemne y larguísimo repique el entrar la peregrinación en la aldea.
¿𝗤𝗨𝗘 𝗦𝗜𝗚𝗡𝗜𝗙𝗜𝗖𝗔 𝗘𝗦𝗧𝗢 𝗔𝗟 𝗙𝗜𝗟𝗢 𝗗𝗘𝗟 𝗦𝗜𝗚𝗟𝗢 𝗫𝗫𝗜?—Todo un pueblo en éxodo, caminante a pie por su camino de siempre, tal como viene haciéndolo desde la Edad Media, desde fines del siglo XIII, desde principios del siglo XIV. Me salí fuera del camino para poder ver todo esto con perspectiva y actitud de observador. Contemplar todo esto con limpio mirar causa más intensa sorpresa y admiración. Hombres y mujeres de toda edad y clase social, gente joven en oleadas, y familias enteras, padres, hijos, nueras, yernos y nietos en racimo, en unión patriarcal vivida. Todo un pueblo unido por un recio vínculo de fe cristiana y tradición. Podríamos dar nombres y apellidos sobre todo, motes, y sonaría como una real carta de población y repartimiento comunal del siglo XIII o XIV. Almonte es pueblo de singular textura histórica y cultural, de inimaginable hondura humana, como si llevase en sus raíces —y lo lleva— el más rico substrato de toda la historia de Andalucía, pueblo empapado hasta el tuétano de su alma por setecientos de años de vida y vivencia cristiana; pueblo que ha producido la más brillante teoría de hombres ilustres de las letras y del arte desde el siglo XV a finales del XIX.
𝗙𝗘 𝗖𝗥𝗜𝗦𝗧𝗜𝗔𝗡𝗔.—Almonte no es pueblo que se pueda fácilmente conocer, ni menos entender, situándose ante el prevenido de tópicos más o menos científicos o pseudo-antropológicos, ni con manipuladas actitudes ideológicas. Con Almonte se hace verdad el decir del romance del infante Arnaldo:
“𝘠𝘰 𝘯𝘰 𝘥𝘪𝘨𝘰 𝘮𝘪 𝘤𝘢𝘯𝘤𝘪ó𝘯 𝘴𝘪𝘯𝘰 𝘢 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘤𝘰𝘯𝘮𝘪𝘨𝘰 𝘷𝘢”.
Y tornamos a preguntarnos: Al filo del Sigo XXI, ¿qué significa todo esto? Hubieseis visto a estos mozos almonteños plantar el simpecado de la Virgen en medio del cauce seco de los arroyos o de los regajos, en medio del anear agostado de lo que era charca o laguna y, arrodillada la multitud, clamar la salve, mirando retadores, confiados en Dios, al terso cielo azul. Y no era superstición, ni milagrería, ni inculto fanatismo. Era fe cristiana rectamente entendida y practicada. Quedándome atrás, mirando interrogante al duro cielo de azul esmerilado, mirando a mi alrededor, la arena crujiente, la hierba reseca, el rumor del viento en los pinos y gárrulo en el largo ramaje de un eucalipto, a José a mi lado estrujando unas hojas secas en su grande mano huesuda de ochenta años, un fino bando de garcillas en vuelo, un pajarillo que picoteaba las migajas de pan caídas de manos de cualquier peregrino, me pareció entender la delicada respuesta de Dios
Lo recuerdo. Lo viví siendo un niño. La vara del Simpecado llegó al Rocío hecha un ocho, producido por la pugna de los que lo llevaban. A punto estuvo de producirse una desgracia, cuando al llegar la comitiva al Rocío, recién instaladas las campanas en la nueva espadaña del Santuario, se desprendió el badajo de una de ellas que cayó al suelo. Afortunadamente no ocurrió nada porque el acceso por la puerta principal estaba aún cerrado al paso. Fue una experiencia muy emotiva.
Santiago Padilla