Almonte siempre impone su ley. Su idiosincrasia. Aplica su personalidad a las cosas de la Virgen porque para eso es suya. Su patrona. Y ayer, desde la hora del Rosario, se respiraba una rareza en Las Rocinas que acabó madurando en la amanecida. La Blanca Paloma dejó de visitar la casa de sus camaristas. Nunca había ocurrido antes. Pero el pueblo estaba dividido y acabaron triunfando los que apostaban por el castigo. Cuando llegó a la plaza en la que viven Carmen y su hija, Carmen Rocío, herederas de la vieja tradición de vestir a la Señora y guardar sus mayores secretos, la Virgen del Rocío se hundió entre sus hijos una y otra vez…
La Virgen pasó de largo ante ellas cuando lo tradicional es que por su lado de la calle sólo llegue la Blanca Paloma para subirlas a su peana. Por allí no pasa. Hay que ir. Y ayer pasó. De largo. «Almonte es así, son los almonteños los que deciden», aclaraba una oriunda. «Esto es por lo de la foto», sentenció otro. Ay, la foto. Esa imagen ha dividido al pueblo hasta enrarecer la procesión como hacía años. Como cuando la Virgen le dio la espalda a Triana. Todos hablaban de la foto redicha. Foto va y foto viene. Pero nadie quería aclarar su contenido. Los almonteños se limitaban a decir que en esa imagen que ha circulado por ahí, y que todo el mundo ha visto en el pueblo, se desvelaba un aspecto de la Virgen al que sólo podían tener acceso las camaristas durante su labor de preparación de la Blanca Paloma…
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Así fue el pasado año 2009