Pudieras ser el nombre de cualquiera otro de los caminos del Rocío, que surcan estas tierras del bajo Guadalquivir hasta la aldea almonteña. Desde Cádiz, desde Sevilla o desde Huelva. Tierra llana de campiña y de marisma, en la que no existían accidentes geográficos reseñables, más allá de sus abundantes cauces de agua, que apenas se empina en leves alcores, en el Aljarafe sevillano, o en el Andévalo onubense.
Eres uno de los itinerarios de tránsito para el culto más primitivos que atravesaron estas tierras del sur para venerar a la Virgen del Rocío, formando con otros, parte de la primerísima constelación toponímica devocional local y comarcana. Por ti van a pasar estos días más de treinta hermandades del Rocío de toda la geografía nacional, y han pasado una legión de rocieros de todos los tiempos y lugares, en cumplimiento de promesas inconfensables o en peregrinaciones individuales o colectivas de hermandad, …o cada siete años, escoltando a la Reina de las Marismas, cuando viene a su pueblo de
Almonte.
Pero tú sabes que eres mucho más que un puro lugar de tránsito, porque tú eres la médula instrumental de una experiencia que une aquí ya en la tierra, lo humano y lo divino. Las cosas que hacemos aquí, para empezar a ganar la bendición del cielo. El último y privilegiado ámbito de preparación para celebrar la romería. Y ese cielo palpable, lo ha sido aquí en la tierra tu horizonte agreste, salpicado de la dádiva generosa del que todo lo puede.
En las últimas décadas, los efectos imparables de un desarrollismo desbocado han acelerado de forma severa la mutilación de tus horizontes de paisaje inculto y abierto.
Lo mismo que otros caminos, cuya imagen campera es cada vez más difícil de reconocerse en tantas crónicas o letras de sevillanas. Ese colchón de pinar o de monte bajo que separaban lo urbano y convencional, de lo primitivo, enigmático y rural; de tantos accidentes sobrevenidos, que empiezan a cuadricular y desvencijar tu simbología mística, con su enorme poder de atracción.
No es la negación del desarrollo, es la constatación de que unos nuevos accidentes geográficos, multiplicados en exceso, amenazan seriamente tu futuro, de forma irreversible.
Santiago Padilla Díaz de la Serna
Javi el Almonteño
Precioso articulo Santiago.