La visita, a finales del pasado mes de febrero, de los Príncipes de Asturias a la Virgen del Rocío, en estos momentos en la parroquia de Almonte con motivo del traslado que concluirá antes del inicio de la próxima romería, es sólo el último capítulo de un libro cargado de encuentros entre miembros de la Casa Real y la Blanca Paloma, impulsados todos ellos desde la Hermandad Matriz. De hecho, don Felipe de Borbón era hasta ese momento el único integrante de la Familia Real que no poseía la medalla de honor de la hermandad almonteña, una distinción que también le fue concedida durante el acto a su esposa, doña Letizia Ortiz, y a su hija, la Infanta Leonor, coincidiendo con el día de su Santo.
El nacimiento de la vinculación entre la Monarquía y la Virgen del Rocío se inició, en cualquier caso, muchos siglos atrás. Los primeros testimonios escritos señalan que el origen histórico de la devoción a la Reina de las Marismas se remonta al rey Alfonso X ‘El Sabio’, quien allá por el siglo XIII, después de la reconquista cristiana de la Península Ibérica, se reservó unos terrenos de caza, pertenecientes al reino islámico de Sevilla, que llegaban hasta las tierras de Niebla y donde se encontraba la zona de las Rocinas (tomaba el nombre, a parecer, de un arroyo), a día de hoy conocida como la aldea de El Rocío, en el término de Almonte. En su afán de cristianización del territorio, Alfonso X tenía la costumbre de levantar santuarios a la Virgen María en los términos de las tierras que conquistaba.
Así se construyó la primitiva ermita de Nuestra Señora de las Rocinas, ahora del Rocío, a la que acudían a rezar cazadores y monteros, según recoge más de un siglo después, en torno al año 1340, el ‘Libro de la Montería’, escrito por otro monarca, Alfonso XI, y que es la prueba histórica que data el origen de esta tradición devota. «… e señaladamente son los mejores sotos de correr cabo de una iglesia que dicen de Santa María de las Rocinas e cabo de otra que dicen Santa Olalla», cita textualmente el documento. Pero esta ermita y su imagen cayeron a continuación en el olvido, como consecuencia de las invasiones de los Benimerines (bereberes del norte de África) y la posterior desolación de estos campos y villas, existiendo más de un siglo en que no aparecen noticias referentes al templo ni a la Virgen. Fue la memoria popular la que, generación tras generación, rescató del olvido el acontecimiento que supuso el descubrimiento de la imagen en la misma zona que ocupa actualmente su santuario, a principios del siglo XV, al parecer a manos de un cazador que la encontró en el hueco del tronco de un árbol y deteriorada por las inclemencias del tiempo, escondida a causa de la invasión musulmana.
Dicha noticia supuso la recuperación de una devoción que se ha mantenido si cabe con más fuerza hasta nuestros días. Al tratarse de un lugar considerado cazadero real, es probable que las visitas reales a la zona fueran numerosas, aunque ninguna de ellas de forma oficial: desde Alfonso X a su hijo Sancho IV, pasando por Carlos V y Felipe V. De este último sí se tiene constancia que en abril de 1729 acudió a la ermita del Rocío, al conocerse documentalmente su estancia en los cazaderos y su paso por Villamanrique, según consta en el archivo municipal de la localidad sevillana, que apunta la presencia de la Corte en el Coto de Doñana en aquella fecha. Entonces, la Virgen ya había dejado de llamarse Santa María de las Rocinas para tomar el nombre actual, un acontecimiento que se produjo en 1653, cuando es nombrada Patrona de Almonte y la romería en su honor pasó a celebrarse de septiembre a Pentecostés. De ahí viene la denominación de Rocío, en alusión a la Biblia y el Espíritu Santo, que también toma el lugar donde se encontraba su santuario. Un hecho insólito en España, donde las vírgenes suelen llamarse como el territorio donde están y no al revés.
Había que esperar, sin embargo, mucho más para encontrar una vinculación mucho más estrecha entre la Casa Real y la Virgen del Rocío, que parte de la Dinastía de los Borbones. Será uno de sus referentes, Alfonso XIII, el que conceda, en 1920, el título de ‘Real’ a la Hermandad Matriz, que ese mismo año también recibe otro título de gran relevancia, el de ‘Pontificia’, otorgado por el Papa Benedicto XV. Un año antes, en 1919, la Blanca Paloma había sido ya coronada canónicamente por el arzobispo de Sevilla. Dichos títulos sustituyen a los antiguos que ostentaba la hermandad (‘Venerable’, ‘Principal’ o ‘Primordial’), cuya existencia data del siglo XVI y es la anfitriona de las otras que conviven en la romería rociera.
Alfonso XIII dio, pues, el primer paso para una devoción que ha sido seguida por muchos miembros de la Corona, que no precisan nombramientos expresos como hermanos honorarios por la condición de ‘Real’ de la Matriz. Tal ha sido la relación, desde entonces, entre la Hermandad de Almonte y la Familia Real que, tras el último nombramiento de los Príncipes de Asturias como hermanos honorarios, ya no queda ninguno de sus integrantes sin esta distinción. Hasta la Infanta Leonor, futura reina de España, posee este mismo galardón, e incluso don Felipe y doña Letizia se comprometieron a que visite a la Virgen, en el futuro, cuando sea mayor. El primer acto, en este sentido, se produjo el 10 de marzo de 1931, cuando doña María Luisa de Orleáns, abuela materna del rey Juan Carlos I, fue nombrada por la Hermandad Matriz camarera de honor de la Virgen. Los lazos se estrecharon aún más el 23 de abril de 1953. Entonces, sus Altezas Reales Esperanza de Borbón y Orleans, María Dolores de Borbón y Orleans e Isabel Alfonsa de Borbón y Borbón, todas ellas tías de don Juan Carlos, recibieron la medalla de hermanas honorarias. Un reconocimiento que ese mismo día también recibieron el esposo de María Dolores, Carlos Chias Osorio, y la hija de Isabel Alfonsa, María Teresa Cristina Zamoyski y Borbón. Especial mención se merece doña Esperanza de Borbón y Orleans, princesa imperial de Brasil después de haber contraído matrimonio con Pedro de Orleans y Braganza, heredero a la Corona brasileña, fiel devota a la Virgen del Rocío, asidua a las romerías y protagonista de muchos actos organizados por la Hermandad de Almonte.
En enero de 2000, cuando falleció la madre del Rey, doña María de las Mercedes, también muy seguidora de la fe rociera, Esperanza celebró una misa en honor a su hermana en la ermita almonteña. Por su parte, la primera visita de doña Sofía, la reina de España, a la Virgen del Rocío se produjo durante la romería de 1972, siendo aún Princesa de Asturias. La Matriz aprovechó su estancia para nombrarla camarera de honor de la Blanca Paloma. A su esposo le fue concedido el galardón de hermano mayor, pese a que no había viajado hasta tierras onubenses. La primera vez que don Juan Carlos pisó la aldea de El Rocío sucedió 20 años más tarde, el 29 de septiembre de 1992, a propósito de la clausura del Congreso Mariano y Mariológico. Se trató de la primera visita oficial de un monarca en la historia de esta devoción religiosa. El acto, al que acudió con doña Sofía y doña María de las Mercedes, consistió en una peregrinación internacional y una misa presidida por el cardenal Eduardo Martínez Somalo, enviado especial del Papa, en la explanada del paseo de las Marismas.
Los Reyes, entre otros muchos actos, firmaron en el libro de honor de la Hermandad Matriz y don Juan Carlos aprovechó para hacer su juramento como hermano mayor honorario de la Matriz. Antes que él, sus hijas también habían reafirmado la cercanía entre el sentir rociero y la Casa Real. El 7 de junio 1984, en la que fue la segunda visita de doña Sofía a la aldea marismeña, las infantas Elena y Cristina juraron como hermanas honorarias de la Matriz. Consistió en un emotivo encuentro, con innumerables muestras de cariño de los rocieros, que recibieron a sus Altezas Reales, ataviadas las tres con el típico traje de faralaes.
La última estancia de un miembro de la Casa Real junto a la Virgen del Rocío fue, a finales del pasado mes de febrero, algo diferente: no coincidió, como en otras ocasiones, con la romería. Los Príncipes de Asturias, que acudieron a Almonte a inaugurar las Jornadas Internacionales de Desarrollo Sostenible, aceptaron la invitación de la Matriz para que visitaran a la Reina de las Marismas durante su presencia en su pueblo. Éste sólo ha sido el último episodio de un estrecho vínculo que, con toda seguridad, proseguirá en los próximos años. Y es que ahí está pendiente la invitación que la Matriz hizo a los Príncipes para que lleven a la pequeña Leonor al Rocío, la cual recibió como regalo un traje de flamenca. A buen seguro que don Felipe y doña Letizia no desecharán está invitación después de las continuas muestras de cariño que les han brindado los almonteños.
El Reportaje de Joaquín García
Visita de los Reyes Don Felipe y Doña Leticia a Almonte