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Tema: CUENTO DEL HIJO DE NTRA. SRA- (Leido 190 veces) |
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tesa
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 Viva la Virgen del Rocío
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CUENTO DEL HIJO DE NTRA. SRA-
« fecha: 22.10.05 a las 00:48:54 » |
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Una vez un lirio de jardín (de jardín de rico) preguntaba a las demás flores por Cristo. Su dueño, pasando, lo había nombrado al alabar su flor recién abierta. Una rosa de Sarón, de viva púrpura, contestó: -- No le conozco. Tal vez sea un rústico, pues yo he visto a todos los príncipes. -- Tampoco lo he visto nunca --agregó un jazmín menudo y fragante-- y ningún espíritu delicado deja de aspirar mis pequeñas flores. --Tampoco yo, --añadió todavía la camelia fría e impasible--. Será un patán: yo he estado en el pecho de los hombres y las mujeres hermosas... Replicó el lirio: -- No se me parecería si lo fuera, y mi dueño lo ha recordado al mirarme esta mañana. Entonces la violeta dijo: -- Uno de nosotros hay que sin duda lo ha visto: es nuestro pobre hermano el cardo. Vive a la orilla del camino, conoce a cuantos pasan, y a todos saluda con su cabeza cubierta de ceniza. Aunque humillado por el polvo, es dulce, como que da una flor de mi matiz. -- Has dicho una verdad --contestó el lirio--. Sin duda, el cardo conoce a Cristo; pero te has equivocado al llamarlo nuestro. Tiene espinas y es feo como un malhechor. Lo es también, pues se queda con la lana de los corderillos, cuando pasan los rebaños. Pero, dulcificando hipócritamente la voz, gritó, vuelto al camino: -- Hermano cardo, pobrecito hermano nuestro, el lirio te pregunta si conoces a Cristo. Y vino en el viento la voz cansada y como rota del cardo: -- Sí; ha pasado por este camino y le he tocado los vestidos, yo, ¡un triste cardo! -- ¿Y es verdad que se me parece? -- Sólo un poco, y cuando la luna te pone dolor. Tú levantas demasiado la cabeza. El la lleva algo inclinada; pero su manto es albo como tu copo y eres harto feliz de parecértele. ¡Nadie lo compararía nunca con el cardo polvoroso! -- Di, cardo, ¿cómo son sus ojos? El cardo abrió en otra planta una flor azul. -- ¿Cómo es su pecho? El cardo abrió una flor roja. -- Así va su pecho --dijo. -- Es un color demasiado crudo --dijo el lirio. -- ¿Y qué lleva en las sienes por guirnalda, cuando es la primavera? El cardo elevó sus espinas. -- Es una horrible guirnalda --dijo la camelia--. Se le perdonan a la rosa sus pequeñas espinas; pero esas son como las del cactus, el erizado cactus de las laderas. -- ¿Y ama Cristo? --prosiguió el lirio, turbado. -- ¿Cómo es su amor? -- Así ama Cristo --dijo el cardo echando a volar las plumillas de su corola muerta hacia todos los vientos. -- A pesar de todo --dijo el lirio-- querría conocerle. ¿Cómo podría ser, hermano cardo? -- Para mirarlo pasar, para recibir su mirada, haceos cardo del camino --respondió éste--. El va siempre por las sendas, sin reposo. Al pasar me ha dicho: --"Bendito seas tú, porque floreces entre el polvo y alegras la mirada febril del caminante." Ni por tu perfume se detendrá en el jardín del rico, porque va oteando en el viento otro aroma: el aroma de las heridas de los hombres. Pero ni el lirio, al que llamaron su hermano; ni la rosa de Sarón, que El cortó de niño por las colinas; ni la Madreselva trenzada, quisieron hacerse cardo del camino y, como los príncipes y las mujeres mundanas que rehusaron seguirle por las llanuras quemadas, se quedaron sin conocer a Cristo.
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