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Tema: Domingo 2 de Febrero de 2020 (Leido 111 veces) |
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jartivle
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 Viva la Virgen del Rocío
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Domingo 2 de Febrero de 2020
« fecha: 01.02.20 a las 19:30:38 » |
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Primera lectura Lectura del libro de Malaquías (3,1-4): Así dice el Señor: «Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar –dice el Señor de los ejércitos–. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos.» Palabra de Dios Salmo Sal 23 R/. El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria. ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria. R/. ¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, héroe valeroso; el Señor, héroe de la guerra. R/. ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria. R/. ¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos. Él es el Rey de la gloria. R/. Segunda lectura Lectura de la carta a los Hebreos (2,14-1 : Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos. Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella. Palabra de Dios El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria. Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,22-40): Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.» Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba. Palabra del Señor Gloria a Ti, Señor Jesús
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Re: Domingo 2 de Febrero de 2020
« Responder #1 fecha: 01.02.20 a las 19:31:05 » |
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Las tres lecturas de este domingo tienen un mensaje común: el Evangelio no es para los poderosos, para los orgullosos, sino para los humildes, para los que se saben pequeños. Es un mensaje que contradice lo que vivimos en nuestra sociedad. De ésta recibimos exactamente el mensaje contrario: sólo siendo fuertes podremos sobrevivir. La historia parece dar razón a esta forma de pensar. Sólo los poderosos parecen haber pasado a la historia. Los débiles han sido borrados. Simplemente no existen. Los medios de comunicación no hablan de ellos. Pero, ¿viven realmente los poderosos? ¿Nos defienden las riquezas y las armas de lo que nos amenaza? Precisamente, la historia reciente nos demuestra lo contrario. Hemos descubierto que hasta los países más poderosos y ricos son vulnerables. Que nuestro poder no nos libra del peligro. O que más bien nos expone mucho más a él. Nuestra sociedad desarrollada, tan poderosa, en algún sentido la más poderosa de la historia, ha atraído hacia ella las envidias y los odios de muchos pueblos. Y la búsqueda obsesiva de la seguridad no ha conseguido librarnos de la amenaza. Jesús nos propone otra forma de vivir. Cuando proclama las bienaventuranzas, Jesús hace la más radical revolución de nuestra historia. Tan radical que nos cuesta vitalmente aceptarla. Tan radical que dos mil años de historia del cristianismo no ha logrado llevar a la práctica ese mensaje radical. Porque Jesús nos dice que los bienaventurados, los felices, los que viven bien, en el mejor sentido de la palabra, son los pobres, los que sufren, los que tienen hambre, los sencillos, los que siguen creyendo en la justicia, en la misericordia. San Pablo remacha ese mensaje, invitándonos a mirar a nuestra asamblea, a nuestra comunidad. No está formada por poderosos ni aristócratas, ni poderosos. Independientemente del dinero que tengan algunos de nosotros, por debajo de las apariencias, somos personas normales, con sentimientos, con dolores, con pobrezas. Somos vulnerables aunque a veces pretendamos aparecer como fuertes e inalcanzables. Entonces, ¿dónde está nuestro poder? Pues precisamente en esa debilidad reconocida y aceptada, porque sólo de ahí puede nacer la verdadera solidaridad, el amor comunitario, la caridad fraterna que nos proporcionará la verdadera seguridad. Cuando seamos capaces de amar, de ser misericordiosos sin límite, de quitarnos las corazas en que nos envolvemos, entonces viviremos auténticamente en el Reino de los Cielos.
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