A estas horas del día 9 de septiembre de 1918 habían estampado ya sus firmas los reverendos, Joseph Cascioli, canciller y Domingo Caney Broggi, secretario , en el Rescripto Pontificio por el que el Capítulo romano de la Reverenda Fábrica de la Santa y Patriarcal Basílica del Príncipe de los Apóstoles ordenaba al cardenal Enrique Almaraz y Santos, la coronación canónica de la Virgen del Rocío. La tercera de la archidiócesis hispalense, en una amplia jurisdicción territorial en la que sobreabundaban los títulos marianos, tras la de la Virgen de los Reyes (Sevilla, 1904) y de la Virgen de los Milagros (El Gran puerto de Santa María, 1916). Era arcipreste del referido Capítulo, el también cardenal español, Rafael Merry del Val y Zulueta, llamado a ostentar responsabilidades más altas en la curia vaticana.
Con el quedaban cumplidos los deseos de los promotores, de las autoridades de Almonte, de los rocieros en general y del propio arzobispo que había firmado la solicitud en Sevilla, el día 5 de julio de este mismo año, tras una catarata de adhesiones a la iniciativa del canónigo, Muñoz y Pabón. De los que reconocieron en este rito de la Iglesia, reservado a las imágenes de la Virgen María con una veneración consolidada en el tiempo y proyectada en el espacio, una oportunidad nueva. Un trampolín para que aquel Rocío creciente de principios del nuevo siglo, diera un salto de calidad definitivo.
Cien años después de aquel momento trascendental en el que Roma daba su consentimiento a aquellos anhelos dirigidos por las élites intelectuales de este rincón de Andalucía, arrancamos una celebración que concluiremos en la Romería de 2019, al tiempo de ser ceñidas las coronas áureas sobre las sienes inmaculadas de la Virgen y del Pastor Divino del Rocío. Por aquellos que solo pretendían ratificar lo que el pueblo sencillo ya había afirmado con su devoción multisecular sin par a esta Blanca Paloma, aclamada como Reina y Señora de sus vidas, elevando así la consideración de su distinguida estirpe. Un espacio temporal para hacer memoria de lo que nuestros mayores hicieron para acrecentar el radio de gracia de esta devoción, provocando un verdadero cambio de ritmo y un hito sin precedentes en su historia. Pues basta constatar que lo que la Iglesia homologaba como realidad de fe ha pasado de doce a ciento veintiuna hermandades y cerca de cincuenta asociaciones rocieras en todo el mundo.
Tiempo para agradecer y reconocer la grandeza de su intuición y empeño emprendida en época de grandes dificultades, cuando la Primera Guerra Mundial, con sus efectos nocivos en nuestra economía, afrontaba su recta final, y España vivía un clima de inestabilidad social, política y religiosa, desconocido en sus últimos cuarenta años, por el avance del marxismo, tras el triunfo de la Revolución Bolchevique, y de los nacionalismos periféricos, así como, por el agotamiento del sistema de la Restauración. Un abigarrado panorama en el que la Iglesia buscaba nuevos resortes e instrumentos para hacerse presente en medio de aquella sociedad desorientada y descreída. Y es la ocasión de mirar al futuro e invitar a las nuevas generaciones de almonteños y rocieros a participar activa y comprometidamente en esta devoción, ofreciéndoles la posibilidad de ser testigos y fermento, con la impronta que la caracteriza, que es la alegría y es la fraternidad y es la caridad y la esperanza.
El momento, en fin, de exteriorizar, una vez más, públicamente nuestra gratitud a esta Reina de corazones por su mediación universal de todas las gracias, multiplicadas a lo largo de esta centuria en nuestras familias y en nuestros círculos afectivos, verbalizando cada uno de nosotros, pero todos al mismo tiempo, el final del Voto de acción de gracias del Rocío Chico, que afirma con énfasis: “Porque somos tuyos, queremos seguir siendo tuyos y Tú de Almonte, y de todos los rocieros. Amén”.
Fdo. Santiago Padilla. Secretario de la Hdad. Matriz.
Publicado hoy, 8 de septiembre de 2018, en el diario ABC de Sevilla