Finalizaba el año 1920, en el mismo umbral de una década nueva, que se habría de caracterizar por el optimismo desbordante y el crecimiento desmedido de tantas de sus realidades y magnitudes de aquel tiempo. Era un frío treinta de diciembre de 1920 cuando se apagó para siempre su inigualable genio de artista, en la calle de Los Abades número ocho de Sevilla. Aquel donaire especial que le abrió en su densa y corta biografía tantas puertas. Cincuenta y cuatro años trenzados sobre el angel y el gracejo natural, pero también sobre una capacidad de trabajo y de esfuerzo personal verdaderamente encomiables. Porque el suyo fue el itinerario vital de un hijo de provincias, que se hizo así mismo, llegando a tocar las bambalinas de la gloria de una ciudad del significado de Sevilla. E incluso trascendiendo su firmamento estelar, para iluminar otros ámbitos geográficos muy alejados de su ciudad de adopción.
Se silenció su chispa y su voz modulada, que le acreditó como uno de los grandes oradores sagrados de esta ciudad de su tiempo, a la sombra de la Giralda, dónde ejerció con nombre y reputación como Canónigo de su poderoso Cabildo Metropolitano, desde que aprobará unas durísimas oposiciones a Lectoral, en el año 1903. O dónde ejerció largamente de honorable profesor en su Seminario Diocesano, impartiendo varias asignaturas. El hombre que promovió y alentó como pocos coetáneos de su estado clerical, las expresiones de religiosidad popular de Sevilla y de otros diversos ámbitos de su amplia Archidiócesis, siguiendo al Beato Spínola, su gran protector personal, como un gran instrumento al servicio de la Iglesia de Sevilla; y que participó con Rodríguez Ojeda, y otros coetáneos, de la revolución que la Semana Mayor de Sevilla vivió en aquel cambio de siglo.
El periodista de proyección supraregional, de producción tan diversa y copiosa; el novelista de referencia nacional, que al decir del patriarca de las letras sevillanas, Luis Montoto Ratenstrauch, llegó a alcanzar a sus precursores, el montañés, Pereda, y al Padre Coloma, en el marco del regionalismo literario de la época; o el poeta juvenil de versificación fácil y grácil. El enorme propagandista que publicitó y propagó como pocos, las glorias, las costumbres y los dolores de esta ciudad, más allá de Despeñaperros, dilatando las fronteras de su nombre, cómo nos redescubriese hace unos años el malogrado canonista sevillano, Alberto Ribelot Cortés, en su trilogía inacabada. El singular retratista de tipos y costumbres, que dibujó tan certeramente el paisaje rural de su Hinojos natal, y de las tierras que van desde Sevilla hasta el Condado de Huelva, pasando por el Aljarafe y el Campo de Tejada.
El rociero tardío de feliz memoria, que promovió y llevó a término la Coronación Canónica de la Virgen del Rocío en el año 1919. O el moralista, que utilizó la literatura, como un instrumento más al servicio de su ministerio,… Muñoz y Pabón es hoy un personaje profundamente desconocido, infravalorado, atrapado y secuestrado en un par de anécdotas ciertamente caracterizadoras de su personalidad, de las muchas que adornaron su singladura vital. Particularmente de aquella que a propósito de su pública intervención en la muerte de Joselito “El Gallo” en 1920, terminó colocando una pluma de oro en el ajuar de la Esperanza Macarena de Sevilla, que en agradecimiento le regalaron al novelista los fieles seguidores del torero. Los ingredientes que contribuyeron a crear el eclipse perfecto, que ha venido a reducir y a privar de luz otros enormes espacios de su biografía, hoy desconocidos, o caricaturizados, en los que el canónigo llegó a brillar igualmente con luz propia.
Atrás quedaron difuminados los notables esfuerzos de dos generaciones de la familia Montoto por salvaguardar y enaltecer su memoria. Y atrás quedaron también los homenajes que se le hicieron en Sevilla o en su Hinojos natal en los años 1921 y 1923, respectivamente, dónde se le rotularon sendas calles; o el completo homenaje que desde las páginas del diario ABC de Sevilla le tributó en el año 1966, al cumplirse el centenario de su nacimiento, el académico e historiador sevillano, Santiago Montoto; o los homenajes que su propio pueblo de Hinojos le ha hecho más recientemente al reeditar algunas de sus obras.
Atrás quedó desdibujada toda una biografía deslumbrante de enorme significado para entender e interpretar la Andalucía y la Sevilla de su tiempo, que quizás su estado clerical haya contribuido también a dejar relegada en un cajón en penumbra, eclipsada por un sol de injusticia.
Santiago Padilla
(Publicado en el diario ABC de Sevilla, en la sección de Tribuna Abierta, del día 30 de diciembre, en la página 16.)
Fotos:
– Don Juan Fco.Muñoz y Pavón
– Esperanza Macarena con la pluma en el fajín