Tempus fugit, nos dice la Virgen. No lo pierdas en pamplinas. Vive este día como si fuera el último, porque lo es
Una mascarada. Un parque temático lleno de figurantes y de figurones. Una riada de caballos sin rumbo, de rumbas sin letra, de letras que no se abrochan en los sintagmas que le dan sentido al discurso. Una caravana de carriolas enganchadas a la nada. Un atracón a mano armada de tenedores y cuchillos, de cucharas y paso atrás. Una bacanal sin el refinamiento literario de los cultos dionisíacos. Un reflejo de la pobreza humana en los espejos de la marisma. Eso es el Rocío cuando olvidamos la piedra angular de madera tibia, la mirada incesantemente baja el Niño pastoreando en el regazo, el nombre que pronunció la madre para salvar la vida del hijo. La promesa que convierte la arena en el polvo que Dios amasó allá por años del Génesis. Eso es el Rocío cuando dejamos de lado a Quien le da sentido a todo esto.
No hace falta ser un beato, ni un meapilas. Basta entrar en esa ermita con hechuras de santuario. Allí donde el tiempo se remansa en las sevillanas donde los juncos le cantan a la Virgen sus poemas: Dejemos hablar al viento, que diría Onetti, para que nos traiga nuestra memoria en carne viva y ahí es donde aparece la madre. La que nunca se irá del todo. La que nos trajo aquí cuando estábamos liberados de la razón que nos impide conocer todo esto.
Frente a frente Cara a cara. El hombre frente a la inmensidad del mar y de la Madre. Entonces todo cobra sentido, y las aristas alambradas de la vida dejan paso a la dulzura de la mirada que se dirige a la tierra de la que nacimos, a la misma que nos aguarda. Tempus fugit, nos dice la Virgen. No lo pierdas en pamplinas. Vive este día como si fuera el último, porque lo es. Y deja que guíe tus pasos por el camino. Es infalible. Ante la duda, piensa en lo que haría tu madre. No fallarás. La lija se vuelve seda, y los espinos sirven para endulzar el café que te cambia la vida. Por eso el Rocío sin la Virgen es una mascarada, un carnaval sin gracia un tránsito de ningún lugar a ninguna parte. Y ahora lo comprendes.
Así que pasen siete días será Pentecostés, la fiesta de los que nos dedicamos a escribir. Lenguas de fuego nos queman por dentro. Entonces ya habremos escrito las crónicas que esperan en el solano de las marismas, en el crujido del puente del Ajolí, en las hogueras donde el fuego convierte dos llamas en un solo resplandor.Escribiremos como solo se puede escribir ante la Virgen de las Rocinas. Con la tinta roja que brota del corazón. Todo o nada. ¿Verdad, amiga? Tú me habrás llevado de la mano con otra mano hasta llegar a la que me ofrecía la madre que ahora es la Madre. Todo cuadra. Todo encaja. Como dice Santiago Padilla, que de esto sabe algo, el Rocío sin Dios no es nada Y sin la Virgen, menos que nada. Si esto es una herejía, aquí está el tío para mantenerla. Porque de algo estamos seguros. Quien no nos falló cuando más lo necesitábamos, no lo hará cuando intentemos estar a la altura. Eso es tan seguro como el agua que nos espera en el Jordán de esta madurez que tanto se parece a la infancia.
Francisco Robles, para Paqui Vázquez Reyes
ABC de Sevilla