Esta vez el toque de campana del pasado viernes 30 de Octubre de la Hermandad del Rocío no avisaba para cantar la salve sino para que hiciéramos una oración en recuerdo de todos nuestros difuntos en la celebración del Día de Todos los Santos. Y Augusto Thassio fue el encargado de hace ese recuerdo en nombre de todos los hermanos y hermanas de la Hermandad.
Es difícil reflejar en palabras todos los sentimientos ante la pena de la despedida y la alegría de la resurrección que Augusto quiso manifestar con su «oración». Por ello, transcribimos literalmente cuáles fueron sus palabras pero sin dejar de manifestar nuestra más sincera gratitud por todo los nos hizo sentir.:
¡POR NUESTROS MUERTOS!
ESTRELLA MÍS, SEÑORA DEL ROCÍO,
FLOR DE LAS FLORES,
BLANCA PALOMA….
HAZME DIGNO DE TI Y AMPÁRAME.
ME COBIJO, EN TUS OJOS ME REFLEJO.
ALABADO SEA DIOS.
Como cada año, la muerte alumbra los recuerdos y perfuma los suspiros de aquellos que dejaron de respirar.
Un año más, para que los retratos vuelvan a animar sus rasgos haciendo que el corazón llore y los ojos se enturbien.
Pero la muerte, ¿qué es la muerte sino un «hasta luego», un dejarse llevar de la corriente que, irremisiblemente, nos arrastra hasta el mar inmenso?
Es verdad que las separaciones son siempre dolorosas, pero por encima del dolor está la esperanza, esa esperanza de prados verdes donde la gloriosa luz del Buen Pastor nos ilumina para que seamos partículas lumínicas, eternamente integrada en los destellos.
El cariño roto, separado, y los gritos de la sangre son desgarros profundos que conmocionan nuestro ser. Son ramas taladas del herido árbol, un puñado de arena en los ojos, y el corte de la sombra para que nunca más seamos lo que fuimos y no volveremos a ser.
La muerte, en verdad, nos libera de una carga, pero nos obliga a una prueba que no comprendemos.
«Si Tú hubieras estado aquí, mi hermano no hubiera muerto», exclamaron las hermanas de Lázaro al ver llegar a Jesús. «No está muerto, les respondió el Maestro, sólo dormido, esperando la voz que le despierte y haga que se levante de entre los muertos. Sólo los que no creen, desesperan. Por eso es preferible dejar que los muertos entierren a sus muertos. Pero los que creen en Mí no morirán jamás. Yo soy la resurrección y la vida eterna».
Cristo, cumplidor de las leyes, quiso morir como cualquier mortal y resucitar como Dios. También su Madre, la Santísima Virgen, llevada a los cielos en cuerpo y alma. Ella nos cuida, acompaña e intercede por nosotros en la última hora.
Así se lo pedimos, recordándoselo en nuestras oraciones: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte».
Ten misericordia, Señora, de los que creen en la resurrección de la carne y en el perdón de los pecados.
Dale luz a los que aguardan impacientes en la oscuridad de los suspiros.
Permite, Señora, que de los cerrados ojos les nazcan estrellas celestes que han de iluminar el cielo prometido.
Cúbrelos, Madre Mía, con el suave manto de tu ternura y arrúllalos como a hijitos necesitados de tu cuido y mimo.
Condúcelos por los mares de la Fe hasta las orillas donde les aguardes, para tranquilizarlos, y ahuyentar los miedos del tránsito hacia lo desconocido.
Virgen del Rocío, Flor de las flores, siembra el aroma de tus colores en nuestro corazón y haz que florezcan azucenas silvestres en la piedad compartida de nuestros semejantes.
Blanca Paloma, que tu purísimo vuelo nos aleje de los malos pensamientos y venza las tentaciones de ser indiferentes e injustos. Que los desahucios sea dolor compartido.
Nardo inmaculado, Luz de Guía de caminantes y peregrinos, protege a tus romeros, para que su destino sea igual en la tierra como en el cielo. Siempre Rocío.
Reina de las Marismas, Brisa Acariciadora del cansancio marismeño, danos la frescura de la ilusión primera, siempre capaces de emprender los caminos que nos lleven hasta Ti.
Te rogamos, Bienaventurada Virgen María, nos liberes de la tristeza por la partida de los seres queridos y des descanso eterno a tus hijos, especialmente a los que pertenecieron a tu hermandad y gritaron tu nombre y reconocieron en voz alta que eres la Madre de Dios. Recoge de los fondos salados a tus marineros desaparecidos y haz que en las nubes, en contraluz con el sol, brillen las iniciales de sus nombres. No te olvides, Señora, en el día de tus Santos y fieles difuntos, de tus hijos y hermanos de la Hermandad de Nuestra Señora del Rocío de Isla Cristina, tu hermandad, que llevaron tu medalla al cuello y cantaron, emocionados, tu Salve.
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor está contigo.
Bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores,
Ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
¡¡Viva la Virgen del Rocío!!
¡¡Viva el Divino Pastorcito!!
¡¡Viva la Hermandad de Isla Cristina!!
¡¡Y que Viva la Madre de Dios!!.
Nota: Las fotos enviadas corresponden a Augusto Thassio en el momento de hacer su reflexionada oración y, emocionado, ante la carreta del Simpecado.