Así es como nos hemos sentidos todos los rocieros isleños después de haber podido tener el privilegio de acompañar a nuestra querida Hermandad hasta el Rocío, directos hacia Pentecostés.
Con la celebración de la Eucaristía a las puertas de nuestra Casa Hermandad en Isla Cristina en la que, poquito a poco,nos fuimos reuniendo todos los peregrinos para comenzar, a nuestra manera, nuestro camino. Un camino que culmina con el acercamiento de la Virgen del Rocío a nuestro querido Simpecado que la saluda con el rezo de la Salve a la Madre de Dios.
Y con la alegría y el gozo de los días vividos, de los sentimientos sentidos y encontrados, con la cabeza bien alta manifestando nuestra Fe, en la voz de nuestra Hermana Mayor se le dan los últimos vivas a la Reina de las Marismas y ya, en su retablo, espera que se produzca la próxima salida.
Pero no la dejemos todo el año solita porque … ¡el Rocío es todo el año! Y los rocieros tenemos que manifestar públicamente nuestra Fe y demostrar, como lo hemos hecho una vez más, que intentamos ser buenos cristianos. Así que hagamos de nuestra vida lo que con tanto cariño manifestó nuestro querido Papa San Juan Pablo II…
«¡QUE TODO EL MUNDO SEA ROCIERO!»