El pasado 20 de mayo se celebró en la Parroquia de San Gil Abad a las 21 horas, solemne eucaristía con motivo del 50 aniversario del accidente del camión que en la madrugada del domingo 21 de mayo de 1961 perdió los frenos precipitándose al vacio en la de la Cuesta de las Doblas y falleciendo 22 romeros que se dirigian al Rocío.
El camión, utilizado ilegalmente para el transporte de personas, iba ocupado por familias macarenas. Hasta Su Santidad el papa Juan XXIII, “profundamente conmovido”, hizo llegar a Sevilla un telegrama de condolencia por el trágico accidente.
EL 20 de mayo se cumplieron 50 años del tristemente célebre accidente de la Cuesta de las Doblas en el que fallecieron 22 romeros de la capital y 41 resultaron heridos al despeñarse por un terraplén el camión en el que se dirigían a la aldea del Rocío.
El suceso, el más grave ocurrido jamás en la llamada ”Curva de la Muerte” por los numerosos accidentes registrados en este tramo de carretera del término de Sanlúcar la Mayor, conmocionó a España entera y tiñó de luto los actos oficiales de la Romería del Rocío de aquel año.
En el interior del camión, fletado por un grupo de vecinos de la calle Parras a los que se habían unido también romeros del barrio de Triana, viajaban en torno a 65 personas, hombres, mujeres y niños, algunos de los cuales se disponían a vivir su primera visita a la romería y por cuyo transporte habían abonado cada uno la cantidad de “cien pesetas”. El camión, propiedad de la empresa de transportes Montellano, había partido a las tres de la madrugada del domingo 21 de mayo desde la calle Parras. En su interior la animación era grande. Sentadas en unos tablones dispuestos en forma de bancas, las mujeres, vestidas de flamenca, cantaban sin cesar. A las cuatro y veinte de la madrugada la alegría cesó de repente. En plena pendiente de la Cuesta de las Doblas, el vehículo conducido por el utrerano Antonio Gómez Rodríguez, perdió los frenos, rompió la protección de la carretera, cercenó de cuajo un eucalipto, destrozó varios postes de teléfono y cayó al fondo de un barranco de 17 metros de profundidad. El motor explotó y el incendio causó la desintegración del vehículo. El estruendo fue tan grande que las primeras personas en auxiliar a los heridas creyeron que se trataba de un avión estrellado. En medio de la profundidad de la noche, el faro de una moto Vespa, descendida hasta el fondo del barranco, permitió iniciar los trabajos de socorro. La escena era dantesca: trozos del vehículo siniestrado, cadáveres ensangrentados, heridos por doquier, ropas enganchadas en los olivos, zapatos dispersos…
Un día después, el cardenal Bueno Monreal presidía en el cementerio de San Fernando un multitudinario sepelio por las víctimas, entre ellas varios niños. La tragedia de la Cuesta de las Doblas causó una gran conmoción en Sevilla y puso sobre el tapete el debate sobre el uso ilegal de camiones para el transporte de personas con motivo de romerías y fiestas similares.