Rafael Mateos fue ayer el pregonero del Rocío, el que anunció la romería con emoción y mostrándose como es, con su gente y con toda la gente rociera; con su familia y con toda la sabiduría que ha ido acumulando en sus 29 años de filiación en la hermandad incluido lo que ha ido atesorando en las etapas en las que estuvo en el gobierno de la hermandad, primero como secretario y después como hermano mayor.
El pregón caló entre los que llenaron la bodega porque les habló de las cosas del Rocío de forma sencilla, desde una visión muy cercana, de a pie, de romero. El pregón llegó fácil a los sentimientos porque fue sencillo de entender. Fue el pregón de un hombre profundamente mariano y que entiende que el Rocío es la Virgen, sin más. Así de claro lo dijo en el atril, traído expresamente desde el presbiterio de Santo Domingo, en el que reposaron los folios del pregón envueltos en las pastas regaladas por La Carbonera.
«Por ello no nos debemos avergonzar nunca a la hora de defendernos contra tantos y tantos que intentan crear una imagen del Rocío que no es la real. Y tenemos que ser nosotros con nuestro ejemplo diario los que convenzamos a los demás de que el Rocío es María», dijo Mateos en voz alta y con el convencimiento de manifestarse desde la convicción más absoluta: «Madre, Tú eres Rocío, porque gracias a ti, nosotros tus hijos podemos unir en Pentecostés las arenas de nuestro bendito camino con el cielo de tu ermita», fue uno de los argumentos que usó para afianzar que el Rocío es la Virgen.
El pregón fue un relato íntimo de sus momentos y salpicado por bastantes versos, más de lo que a priori podría pensarse de alguien que no se prodiga en estos menesteres. Y los nombres siguieron saliendo, esos que han sido mucho para él como el recordado ex hermano mayor Antonio Camacho, padre de su presentador Isaac. También recordó a otros muchos que forman parte de lo cotidiano del Rocío, sin que le faltara mencionar a casi nadie situándolos en cada instante de la romería.
Y por supuesto la mención a Ignacio Muñoz que sigue recuperándose de una enfermedad, al que el pregonero visitó antes de ir a La Concha y al que en el pregón le dedicó «mi recuerdo más emocionado a mi queridísimo y entrañable Ignacio Muñoz. Compañero de travesuras y alegrías desde que éramos niños y algunas más ya siendo mayores. Jamás imaginé haber sido tan afortunado al compartir tantos momentos de mi vida con una persona tan extraordinariamente fuerte como él. Vivir el Evangelio como él lo vive día a día y aceptar los designios de Dios con la entereza que lo hace, demuestran su inmenso amor a Jesús y a su Santísima Madre. Gracias infinitas por tu ejemplo y por acompañarme hoy desde tu cama». Como si de un sueño se tratara, Rafael Mateos desgranó cada instante, cada momento y cada acto o cita fundamental, desde la salida de Santo Domingo, el camino, la aldea, el regreso. Un sueño que se hizo realidad desde que cogió el Simpecado como secretario y después ver como el cordón morado de volvió de oro al ser el hermano mayor. Fue la realidad en que se convirtió su vida rociera desde que su tío, Paco Benítez, lo metió en la junta de gobierno.
«Al llegar a Canaliega , la marisma se engalana, porque ha llegado Jerez, la que te quiere y te canta, porque ha llegado mi pueblo, el que tanta fe derrama», con estos versos llegaba el pregonero hasta las cercanías de la aldea para empezar a vivir la presentación: «te vi al fondo sobre tus andas con tu Hijo entre los brazos. Entonces, comprendí el verdadero misterio del Rocío. Los que nos recibían, me abrazaban dándome la bienvenida, y después de rezar la Salve , me invitaron a llenarte de piropos: ¡Viva la Virgen del Rocío! ¡Viva Esa Blanca Paloma! ¡Viva la Reina de las Marismas ¡Viva la Patrona de Almonte! ¡Viva el Pastorcito Divino! ¡Viva la Madre de Dios!».
Exaltado por la emoción siguió con su relato ya inmersos en la vorágine de los días grandes del rociero hasta que la Virgen se esperaba en la casa de Jerez: «delante de la capilla y alrededor del Simpecado estaban Paco, Juan, Manolo, Álvaro , Rafael, Antonio, Perico, Isaac, Ignacio, Juan Carlos y José Antonio esperando, para llevarlo ante Ti. El paso se acercaba cada vez más . Los hermanos cogieron al director espiritual en hombros y de nuevo ocurrió algo sorprendente: me entregaron el Simpecado, y unos hermanos me levantaron sobre sus hombros y me acercaban hacia Ti. El padre te llenaba de piropos y te rezaba, Dios te salve Reina y Madre. Te acercabas cada vez más, hasta casi entrar en la casa y de pronto te quedaste parada delante de nosotros. Fue el rengue más maravilloso que había vivido. Nuestras miradas se convertían en silenciosa oración pidiéndote que te quedases un ratito más: No te vayas todavía, quédate un poquito más, ¿No te das cuenta María que mi alma va a estallar de tanta y tanta alegría?». Dio las gracias a la Virgen por lo que le ha regalado en la vida y con unos versos a modo de oración de despedida empezó a decir adiós: «Ya termino, Madre mía. Ya termina mi pregón. Quise que fuese oración de un hijo ante Ti extasiado, de Tu vida enamorado y hoy roto por la emoción. Quise, desde las andanas de este precioso rincón, rezar con mi corazón a Tu gloria Soberana. Mientras rezándote estaba, sentí al Pastor con nosotros, y un indescriptible gozo, tu sonrisa reflejaba. Te doy las gracias, Señora, porque ya toqué tus andas y me metí en tu costero, y porque fui costalero de Tu bendita mirada. Y aquí, rendido a tus plantas las gracias yo darte quiero, por hacerme pregonero de tu Bienaventuranza». Pero el final lo pusieron sus hermanos y más de una veintena de sobrinos que cantaron una Salve.