La Huelva soñadora que abrió la epopeya de la conquista de América y el comercio con las Indias en busca de las especias y de los metales preciosos vive en estas horas sobresaltada. Por los poros de su piel erizados aún corren nuevos vientos de buenaventura que la atraviesan de norte a sur y de este a oeste, llegados del otro lado del Atlántico. No hay onubense de bien que hoy no se sienta más huelvense, más amante de su tierra, más andaluz y más español. Y no hay andaluz y español en el que no se haya despertado en estos días una simpatía especial por nuestra provincia, reubicada en el mapa de esta vieja piel de toro peninsular a nivel mundial. Es la fiebre colectiva desencadenada por una joven de sonrisa alargada, ojos grandes, mirada serena y complexión menuda. De una mujer, aparentemente normal, empeñada en demostrar desde la marginalidad de un deporte minoritario en nuestro país, que con esfuerzo, con tesón y con convicciones se pueden obtener grandes logros con un enorme impacto social colectivo que trascienden todas las fronteras físicas y emocionales.
No está Onuba acostumbrada a estas alegrías. Ni en lo deportivo, en sus múltiples disciplinas, ni en otras áreas y empeños humanos diversos. Es verdad que los logros en el deporte están en otra dimensión, y en unas Olimpiadas, en otra galaxia, amplificados por la fuerza de las redes sociales, con una proyección nacional e internacional inconmensurable, pero es ese histórico conformismo melancólico, esa autocrítica devastadora y esa falta de ambición que nos definen, los que nos han hurtado más satisfacciones excepcionales como ésta. No en vano, con demasiada frecuencia se ha invocado en nuestra tierra una suerte de fatalismo y determinismo, que unido a la falta de iniciativa y de unión, y a su condición geográfica peninsular periférica, lejana al poder, nos han hecho incrédulos e incapaces de poner a rendir a pleno pulmón las inmensas posibilidades y oportunidades que atesora, tan amplias, como en tantos órdenes y sentidos infrautilizadas, cuando no, mal aprovechadas.
La fe demostrada por Carolina Marín en sus capacidades y habilidades deportivas y mentales, ya ampliamente demostradas con dos campeonatos mundiales, acompañada del talento, debería ser un ejemplo para todos los onubenses. Una fe que en su dimensión trascendente, manifestada sin complejos, tiene apellido rociero, otro signo de normalidad en su deslumbrante biografía. Con ella nos ha enseñado a hacer de la adversidad de un deporte desconocido una fortaleza para convertirse de la nada, con avidez, en un símbolo deportivo provincial y nacional. Ese encomiable trabajo, no improvisado, y trenzado sobre el esfuerzo y la constancia, materializado en un oro olímpico, que la han vuelto a coronar con mayúscula como reina mundial del deporte del bádminton, se quedaría muy corto si nos limitamos a celebrarlo como, por otra parte, se merece. Debería ser un gran estímulo personal y colectivo, tanto como lo es para los rocieros, el hecho de que Carolina, en otro enorme gesto de nobleza y humildad, haya anunciado su deseo de ponerla a los pies de la Reina de las Marismas, tan presente en su nueva gesta deportiva.
Artículo de Santiago Padilla en Huelva Información
JMQ
Grande Carolina, y MAS GRANDE AÚN la Madre de Dios; Nuestra Señora del Rocio, que la ha estado empujando hasta el triunfo.