Nos subrayaron los viejos cronistas de tu devoción que el cambio de tu nombre o título mariano, de Rocinas a Rocío, fue “no sin mística alusión”, siguiendo el preámbulo de las Reglas de 1758 de la Hdad. Matriz. Aunque el nuevo título está documentado ya en un acta capitular temprana de los comedios del siglo XVII. Un hecho que pudo determinar un cambio sustantivo en esta piedad que acumulaba entonces, casi 400 años de historia, desde que un Rey mariano, Alfonso X “El Sabio”, decidiera reivindicar aquel lugar periférico de nuestra geografía en plena Reconquista, como un espacio ganado para los cristianos. Una iniciativa con sentido tan devocional, como político.
El acta fundamental del patronazgo de la Virgen sobre el pueblo de Almonte, la que oculta esta proclama que desafía al Señor de la villa tras un voto de corte inmaculista, tan al uso en el siglo XVII, mantuvo aún el nombre de carácter toponímico y de etimología aún desconocida, con su significado meramente local o comarcano, relativo al extenso bosque que acogía su efigie. No mucho después, el nuevo nombre con trascendencia universal, reconocible en cualquier lugar del mundo y no utilizado por ninguna otra imagen de María del vasto confín de la cristiandad, tomaba cuerpo definitivamente. Se modificaba (mudaba –dicen las Reglas-) por “el admirable del Rocío” que reconoce un fenómeno natural, y a la vez encierra connotaciones místicas, relacionadas con la acción del Espíritu Santo sobre la Iglesia y todos y cada uno de los bautizados.
Los últimos estudios impulsados por la Hermandad Matriz y publicados por Mayo Rodríguez en este mismo diario sugieren la hipótesis de que pudo pesar tanto el significado sobrenatural al que se refiere el discurso oficial, como su connotación natural. De modo que en una tierra tan pobre y necesitada de la humedad para producir, no catastradas hasta el siglo XIX, el agua, aunque fuera en forma de rocío, fue implorada en muchas ocasiones por el pueblo almonteño a Ntra. Sra. de Las Rocinas, a la que ya se le otorgaban propiedades taumatúrgicas, para aliviar y neutralizar los períodos cíclicos de severas sequías. Para detener la terrible espiral de hambrunas, epidemias y muertes, derivadas de las mismas. Ese prodigioso relente matinal o esa suave llovizna que nos evoca Juan Ramón en “Platero y yo”, suplicada y concedida en tantas ocasiones por su mediación, según la memoria oral y escrita, pudo ser desde un punto de vista sociológico y antropológico el factor popular desencadenante que verificase tan significado cambio de título. Un hecho no menor para cualquier devoción, que terminaría cambiando el nombre del propio lugar.
Aquel rocío, que era mucho más que una caricia del cielo para aquellos lugareños tan vulnerables en todos los sentidos, es equiparable al que están derramando hoy las hermandades y asociaciones rocieras por todo el territorio nacional en sus ciudades y pueblos donde radican. A través de sus bolsas de caridad propias, o de las caritas parroquiales, o de otros instrumentos de las iglesias locales. Haciendo de tu devoción una acción fecundadora entre tanta humanidad desvalida o desasistida que ha dejado tras de sí la crisis en todas partes; ayudando a hacer brotar la semilla de la esperanza en tantas familias y personas que han visto como su acción devastadora se convertía en una sequía endémica para sus hogares, en medio de tanto progreso. Es el rocío providencial de tu Rocío que sigue empapando nuestra tierra de bendiciones copiosas; el abrazo fraternal de la gran familia rociera en tu nombre, con brazos de caridad y de misericordia, que sigue dilatando tus fronteras.
Santiago Padilla
Publicado en ABC de Sevilla el 17 de mayo de 2016