En aquel trance de máxima agonía por la enfermedad, los Trianeros pusieron todas sus esperanzas en el auxilio de la Santísima Virgen del Rocío.
El concepto del Rocío, que hoy tanto se vincula a aspectos lúdicos y folclóricos, estuvo asociado en el pasado, al poder milagroso de la Virgen y la profunda veneración que la devota imagen consiguió atraer de las personas más sencillas y humildes de la población. En septiembre de 1833, se suscitó en Sevilla un pánico terrible como consecuencia de las numerosas muertes que comenzaron a registrarse a diario. No paraban de fallecer en Triana gitanillos pobres que vivían en chozas inmundas, y habitantes indefensos, hacinados en corrales de vecinos insalubres, todos ellos contagiados por el cólera-morbo asiático. Unos trabajadores del puerto se habrían contagiado de varios tripulantes coléricos de un barco inglés que vino a descargar lana. Así se introdujo la enfermedad; de ahí que el primer foco importante de contagio resultase ser Triana. Por esta razón, el ayuntamiento se vio obligado a incomunicar el barrio, cortando el puente y retirando los barcos de aquella orilla. Y en aquel trance de máxima agonía, los trianeros pusieron todas sus esperanzas en el auxilio de la Santísima Virgen del Rocío, cuyo simpecado recorrió las calles del arrabal a las que no querían acudir ni los mismos médicos, mientras que en la catedral se habían celebrado ya las primeras rogativas oficiales en presencia de todas las autoridades locales.
El 8 de septiembre, la Junta de sanidad inició el operativo de fumigación con el que desinfectar los contagios del mal y estableció el modo de prestar socorro a los afectados. Sin embargo, todas aquellas medidas debieron resultar insuficientes para frenar la catástrofe y se recurrió a la ayuda divina. El cronista sevillano, don Félix González de León, cuyos anales se conservan en el Archivo Municipal, recoge que la tarde del 13 de septiembre de aquel mismo año: «sacaron el Simpecado de la Virgen del Rocío, con mucho acompañamiento, luces y colgaduras, y lo llevaron por toda la población con muchas aclamaciones y religiosa alegría».
La filial rociera radicaba en la iglesia de la Candelaria, del convento dominico de San Jacinto. Aunque dentro del templo poseía altar propio, el simpecado, presidido por una representación pictórica de la Reina de las Marismas, se guardaba, tradicionalmente, en casa del mayordomo durante todo el año. En la romería de 1833, celebrada a finales de mayo, ocupó dicho cargo don Antonio Galván, tal como acreditaba el secretario primero, don José María de Haro García, en el Libro de hermanos que aún conserva la corporación en su archivo. Las formas expresivas que se emplearon en la procesión de súplicas, como el júbilo con el que la insignia corporativa fue conducida en aquella situación tan dramática, o los vítores proclamados, nos hace entender la idiosincrasia propia que la devoción rociera poseía modelada.
Nuestra Señora del Rocío formaba parte del devocionario popular de Sevilla, quizá desde bastantes años antes de la fundación de la filial trianera en 1813, aunque algo realmente extraordinario tuvo que acontecer en la crisis de 1833, como para que se le otorgase un lugar tan preminente por encima de las demás advocaciones locales. Desde luego, era una de las predilectas de los sectores populares. Solo unos meses después de la salida excepcional por Triana, la patrona de Almonte intercedió milagrosamente en favor de su pueblo, incardinado ya en la provincia de Huelva tras la división territorial dispuesta en noviembre de aquel año por Javier de Burgos, consiguiendo así reforzar más sus propiedades milagrosas, después de defenderlo de una gran mortandad. Desde la aldea, la imagen había defendido otras epidemias de pestilencias, como la de 1649, distinguiéndose ahora, en el siglo XIX, por amparar nuevamente los rebrotes, en esta ocasión, de otras oleadas del cólera-morbo. Gracias a estas intermediaciones, logró adquirir una mayor fama y amplió su radio de gracia, a partir de la segunda mitad de la centuria decimonónica, hasta alcanzar un relevante auge devocional.
La grandeza de la Virgen del Rocío fue la de proteger a los más débiles, en medio de una tragedia tan grande, porque con ellos siempre se ceban los desastres. Por tanto, la procesión de rogativas del simpecado rociero manifiesta una voluntad expresa de hacer llegar la mismísima Virgen María a los rincones más castigados y desfavorecidos del barrio. Aunque también es cierto que aquel hito religioso de imploración acabó siendo determinante, junto a la Virgen del Rocío, en la gestación de los rasgos identitarios que hoy mejor definen a Triana.
JULIO MAYO ES HISTORIADOR