Era un junio radiante. La marisma estaba amarilla y reseca como de costumbre por estas fechas. Permanecían muy vivas en nuestras retinas, las imágenes y los momentos estelares vividos en este mismo lugar, en septiembre pasado, con ocasión de la clausura de los congresos internacionales mariano y mariológico. El gran acontecimiento que había traído hasta las marismas a la jefatura del estado, a las altas instancias de la Junta de Andalucía, y a todo un Legado Pontificio, el cardenal Martínez Somalo. Otra vez el Rvdo. Juan Mairena Valdayo se había salido con la suya. Había movido cielos y tierras para colocar el Rocío en el lugar que se merecía. Hasta última hora hubo dudas. Razonables dudas. La visita al Rocío había entrado en agenda con un calzador, y cualquier contratiempo podía malograrla, con una agenda tan apretada, y con un calor de justicia, que no era muy recomendable para el Papa polaco. Tucci y Amigo Vallejo fueron los grandes aliados. Y en Almonte, el Presidente de la Matriz y el capellán y director espiritual de la hermandad, Antonio Salas Delgado, y las autoridades civiles. Sobraban nervios y emoción contenida. Una multitud entusiasta llenaba toda la explanada, pese a que había estado en Sevilla, y este mismo día en Huelva. Pero la imagen merecía la pena. Todo un sucesor de Pedro a los pies de la Blanca Paloma. El sueño realizado de rocieros de muchas generaciones.
Y al fin aterrizó en el Rocío. Antes habían llegado desde Huelva, los miembros del episcopado español, que confirmaban la inminente llegada del Pontífice. Pese a que no había la inmediatez de las redes sociales de hoy, lo supimos a través de la radio y la televisión que lo retransmitía en directo. Entonces empezamos a ver las imágenes: insólitas, soñadas, inimaginables, rotundas, mientras la multitud explotaba su incontenible alegría, que se multiplicó al divisar, al poco, la comitiva. Los coches oficiales que se aproximaban desde el viejo acebuchal. Y el Papa Wojtila, tan conocido por sus gestos y habilidades comunicativas, puso pie en tierra e hizo los últimos 30 o 40 metros a pie, en un simbólico gesto peregrino, hasta llegar al Santuario. Aquí accedió por la puerta de la marisma. Inenarrable fue el momento, de la mano del presidente de la Matriz, Angel Díaz de la Serna, y del capellán, Diego Capado, recién llegado a la parroquia de la Asunción de Almonte.
En medio del silencio contenido, que se rompía de vez en cuando con consignas coreadas e improvisadas por la multitud, en unos pocos minutos que parecieron eternos, el Papa se postró a los pies de la Santísima Virgen, y seguidamente bendijo los simpecados de las noventa hermandades filiales, colocados en las naves del interior del Santuario. Un rato después apareció su efigie deslumbrante por las dependencias de la Matriz que dan a la marisma y que habían sido acondicionadas con el famoso balcón, para siempre del Papa, desde donde se dirigió a la multitud. Aquello fue el delirio, entre palmas y vivas a la Virgen y al Papa, que aparecía acompañado de los obispos de Huelva, Don Rafael González y su auxiliar, Ignacio Noguer.
Fue un discurso breve, pero claro e incisivo, interrumpido por las ovaciones de la multitud en varias ocasiones, que conforme avanzaba en su lectura, con voz clara pero cansada, iba acrecentando una empatía arrolladora, con sus improvisadas interpelaciones a la multitud, fuera del guión. Y con aquel epitafio para la historia de nuestra devoción, ¡QUÉ TODO EL MUNDO SEA ROCIERO!. Entonces se hizo nuevamente el delirio y el éxtasis absoluto.
Con su presencia en la aldea, el Papa venía a apoyar una manifestación de la piedad popular multisecular que crecía exponencialmente y que había sufrido graves ofensas al comienzo de la transición política en España. Por aquellos que querían reducir y simplificar su significado, reduciéndolo a una pura fiesta primaveral en las marismas, llena de color y de tipismo. La inevitable servidumbre a su expansión imparable, y a la explosión de la libertad de expresión en nuestro país. Todo un nuevo y decisivo impulso a la devoción rociera, que acaba de alcanzar las 121 filiales.
Fue una tarde para los anales de la historia del Rocío.
Santiago Padilla.