“Soy el único obispo que no está licenciado”. Y es que, desde muy joven, el obispo de Huelva, José Vilaplana, fue llamado por sus superiores para caminar por los lugares más recónditos llevando el Evangelio. “Hoy, sigo siendo un cura de pueblo”, nos cuenta, convencido. Como lo fue Juan XXIII, cuyo retrato preside el austero despacho del prelado, junto a otro de Pablo VI. Una buena declaración de intenciones, que se confirma tras una agradable conversación, en la que José Vilaplana demuestra su cercanía y su conocimiento de una diócesis, la onubense, que literalmente se ha “pateado” en sus apenas dos años y medio de pontificado.
Usted procede de una diócesis muy alejada de Huelva…
De Santander, donde estuve quince años. Del norte al sur, y venía del este, de Valencia. Un obispo, tres mares…
¿Hay mucha diferencia entre una diócesis como Santander y otra como Huelva?
Sí, sí que la hay. Santander es una diócesis de interioridad: la gente siente mucho, aunque a veces expresa menos. Y la diócesis de Huelva tiene una riqueza expresiva extraordinaria, de tal manera que llevas dos años y medio y te da la sensación de que llevas toda la vida aquí. La cultura de la calle, del sol, frente a la de la casa, la lluvia.
¿Cómo es la diócesis de Huelva?
Esta diócesis es muy extensa, tiene 10.000 km2. Creo que Huelva es una gran desconocida. Es una iglesia joven, pues la diócesis apenas tiene 54 años, y que cuenta con la ventaja de tener a la población (490.000 habitantes) bastante concentrada. Aquí se vive muy intensamente la religiosidad popular, con centros muy importantes como El Rocío o la Reina de los Ángeles. Hay una riqueza de expresiones culturales muy variada. Huelva sorprende mucho cuando vienes por primera vez. Tiene una gran devoción a la Virgen y a la Pasión de Cristo. Me sorprende ver la interrelación de generaciones en esta devoción: toda la familia comparte unos mismos sentimientos. Lo que estamos haciendo es tratar de acercar el Evangelio, de una forma más profunda, a esa religiosidad popular, a través de la Lectio Divina del Evangelio de Marcos. Hemos logrado unos 500 animadores, y están participando 4.000 personas. Hacemos la lectura en tres claves: de conversión –saber vivir-; una Palabra que escuchamos en comunidad, y que nos lleva al diálogo con Cristo, a la oración. El gran peligro es que la religiosidad popular se quede sólo en la raíz cultural, y no en su vertiente de fe. Y estoy muy contento por los resultados.
Han convocado, también, un gesto para Cuaresma…
Queremos que la palabra de Dios sea traducida en gestos de amor, para hacer creíble el Evangelio. El gesto, de toda la diócesis, consiste en repartir unas huchas solidarias al comienzo de Cuaresma, con el objetivo de orar, ayunar y compartir, a favor de una Iglesia concreta, cuyo obispo ha estado aquí –Miguel Ángel Sebastián, de El Chad-. Cuando termine la Cuaresma, se hará la entrega.
Cuando viene un obispo procedente de algún lugar donde esa religiosidad popular no está tan presente, o no se manifiesta del modo en que se vive en Andalucía, suelen darse prejuicios por ambas partes. ¿Se ha encontrado con esa problemática?
La religiosidad popular tiene unas raíces en el sentimiento. Y lo que hay que ayudar es que ese sentimiento profundo vaya encontrando maduración y desarrollo. Provengo de Alicante, y mi zona es muy festera, no me he sentido extraño. Tras la primera Semana Santa que viví, intuí que había algunos problemas, pero sobre todo me esperanzó ver muchas posibilidades. Veo muchas posibilidades. De hecho, el año pasado me decidí a visitar, todas las noches, a los costaleros, para darles la mano, besarles los pies y la cara, ayudarles a tomar conciencia de Quién es quien llevan sobre los hombros y qué nos ha enseñado, para que también lo lleven sobre el corazón… Encontré una acogida muy cálida, muy agradecida y para mí sorprendente.
Pero los estereotipos siguen ahí. Los que piensan que uno sólo tiene devoció a “su” Virgen o a “su” Cristo, y que el resto del año están apartados…
Es un mundo muy plural. Dentro de las hermandades te puedes encontrar gente muy comprometida y personas del mundo de los alejados. Pero eso precisamente es un desafío. Esas personas están ahí. Tienen un cordón umbilical que les une a corazón de Jesús o de María. Tengo la responsabilidad de que esa conexión vaya reforzándose, madurando, en todas sus dimensiones. Por eso creo que es muy importante no prejuzgar, sino acercarse a las personas, en la situación en que estén. Y eso te da una plataforma de encuentro que yo no había encontrado jamás: más de 10.000 jóvenes y hombres que trabajan todo el día, pero que a una hora de la noche van a ensayar, y puedes estrechar sus manos y tratarles de tú a tú. En este momento, estoy dando mis primeros pasos, pero sobre todo veo posibilidades de encuentro, de acercamiento y de evangelización.
Le veo como obispo de una Iglesia que propone y escucha, más que de prejuicio y prohibición…
Sí. Quizás por mi formación o experiencia, me siento muy identificado con una escena de la película sobre Juan XXIII, cuando le preguntan qué quiere ser. “Yo, un pobre cura de pueblo”. Yo siempre he querido ser cura, lo de ser obispo fue una sorpresa y lo acepté, porque me ampliaba la posibilidad de ser cura de una parroquia muy grande, pero el proponer y sobre todo, proponer a una persona que se sienta querida, es muy importante. A veces el mensaje puede no entrar si la persona se siente extraña. Pero si te acercas como hermano, y porque le quieres le ofreces lo mejor que has conocido, que es Cristo y su mensaje…. Por ahí es por donde quiero trabajar.
¿Cómo casa la imagen que se da desde la prensa rosa de lo que es El Rocío con la realidad?
Eso molesta, y a mí ahora me duele. Yo llegué conociendo sólo el aspecto más superficial que se exporta de Sierra Morena para arriba. Para conocer El Rocío hay que ir, y no sólo en Pentecostés. Cuando ves a las familias llevando al enfermo a la Reja, la pareja de novios que ponen delante de la mirada de la Virgen su proyecto matrimonial… Cuando estás una tarde sentado en los bancos del Rocío y vas observando las personas que se acercan a la Reja, y ves la cantidad de personas que se acercan a rezar. O has tenido la oportunidad de escuchar en confesión a peregrinos. En El Rocío hay una experiencia penitencial muy importante, de personas que van buscando ayuda, perdón, renovación… Cuando hay un fenómeno macro de número de personas, es muy fácil seleccionar lo que uno quiera ver. Pero El Rocío es mucho más de lo que se puede ver en la prensa rosa, afortunadamente.
Las hermandades almonteñas acaban de visitar, junto a su obispo, a Benedicto XVI. Por lo que sabemos, se le ha invitado a visitar El Rocío en el verano de 2011, coincidiendo con su llegada a Madrid…
Sí, es cierto. Se le invitó, y el Papa no lo vio mal. Sonrió, miró hacia arriba y dijo: “Lo que Dios quiera”. Fue una invitación cordial, que surgió con motivo del Encuentro de Jóvenes de Sydney. En El Rocío tuvimos una experiencia con miles de jóvenes, simultánea a la JMJ. Al Papa le entregaron una foto de Juan Pablo II orando ante la Virgen del Rocío. En fin, sabemos que es difícil, pero por lo menos que sepa que estaríamos encantados de que nos pudiera visitar. Y me parece muy importante porque la hermandad del Rocío quiere, con estos gestos y otras invitaciones, marcar la eclesialidad del Rocío. Eso sería una clave importante. Junto con el párroco, que es de Almonte y conoce El Rocío desde dentro. Este año hubo una cosa preciosa: en la misa de Pentecostés, se propuso que pusieran música flamenca en la letra de secuencia de Pentecostés: “Ven Espíritu Divino”. Fue una maravilla. Sonó con un respeto tremendo, a la letra de la secuencia.
Huelva, por el lugar geográfico en el que está, es también un lugar donde llega mucha inmigración…
En Huelva hay mucha inmigración, pero a diferencia de otros lugares donde se da más la inmigración no controlada, a Huelva no viene directamente el inmigrante que llega a España a ciegas. Huelva queda en una esquina. Pero sí llega mucha inmigración contratada de origen para la fresa. Ahora vienen muchas mujeres marroquíes, con el contrato, trabajan a temporada y vuelven. Dentro de Cáritas tenemos un departamento especializado en este tema. Tenemos una experiencia muy bonita: un sacerdote ucraniano, católico del rito oriental, que celebra todos los domingos por la mañana en la parroquia de San Pedro. Estamos buscando una capilla para una comunidad ortodoxa rumana. Lo que quisiéramos es diseñar algunos puntos en parroquias de la ciudad, en la que todos los hispanoamericanos de una nación pudieran tener la celebración de sus fiestas, o una parroquia de referencia. Uno se siente muy desbordado ante ese problema, pero hay mucha gente que trabaja muy bien.
La presencia de nuevos movimientos es muy fuerte en su diócesis, especialmente del Camino Neocatecumenal. ¿Ha habido algún problema en la aplicación de los nuevos Estatutos?
El Camino Neocatecumenal es muy fuerte en Huelva. Estamos pendientes de una reunión sobre los nuevos Estatutos. No los he estudiado a fondo, pero no percibo que haya ningún problema para su aplicación. Sí me sorprendió la gran cantidad de neocatecumenales en Huelva, y también de muchos sacerdotes que han salido del Camino y que están en muchas partes del mundo, sobre todo en Oriente. Tenemos un sacerdote de Chucena que habla el chino mandarín (risas).
¿Cómo se afronta la crisis en Huelva?
En primer lugar, poniéndonos todos en guardia para poder detectar dónde están los problemas sangrantes. Este despacho se convierte en una pequeña punta de iceberg. A mí lo que más me preocupa es el tema de las hipotecas. El tema de la alimentación, gracias a Dios, podemos ayudar. Pero preocupa mucho las familias que les falta muy poquito para poder pagar el préstamo, y no llegan. En alguna ocasión, no siempre, se puede hacer una ayuda.
El papel de la Iglesia en sociedad siempre, pero especialmente en tiempos de crisis, es relevante. ¿Cuál es el papel que tiene y que debería tener?
Pues yo creo que mostrar siempre el rostro amoroso de Dios de una manera concreta, cercana y humana.
¿Cómo calificaría el progresivo proceso de laicización de la sociedad?
En este momento, tenemos que hacer una reflexión, no sólo de ver la dificultad de explicar punto por punto o exponer nuestro mensaje, sino ver el modelo de hombre. En la sociedad hay antropologías distintas, que tienen una coherencia. Lo importante es ayudar a que el cristiano asuma la antropología cristiana, sabiendo que contrasta con otras antropologías. Quizás esa visión más global desgasta menos que el estar viendo punto por punto las diferencias que pueda haber. La vida la tenemos para darla. Hay que ayudar a asumir al cristiano su antropología, y aprender a vivir su fe en un mundo plural.
¿La Iglesia está perseguida en España?
Pues no sé, no me atrevo a decirlo así. Pero sí muy poco entendida. Hay signos de que la sociedad valora y reconoce la acción de la Iglesia. Lo que sí es más incomprendido es el sentido profundo, las fuentes de las que bebe la Iglesia. Si no se acaba de entender o se ignora, sí se crean dificultades. Si no ataque, que no me atrevería a decir atacada, pero lo definiría más como un choque de antropologías.
Acaba de salir la sentencia del Supremo sobre Ciudadanía. ¿Qué se debería hacer a partir de ahora?
Lo primero que deberíamos hacer es estudiar bien la sentencia, porque una sentencia que tiene varios cientos de folios, no es fácil. Asumir la sentencia, estudiarla a fondo y después, seguir trabajando por lo que la Conferencia Episcopal, en las dos notas que dio sobre la asignatura, ha expresado, y que son elementos que hay que combinar. Fundamentalmente, que una asignatura para la Ciudadanía descargada de elementos que integren una filosofía contraria a las ideas de los padres, de los Derechos Humanos, de la Constitución… nadie tendría problema en aceptar. Si la sentencia ayuda a distinguir estos aspectos, lo que tenemos que hacer es aplicar los derechos fundamentales de sus padres. Un padre que sienta que su hijo puede ser educado en una visión de la vida contraria a la que él está viviendo, es realmente un mal servicio al niño, y una responsabilidad para el padre. Cuando una persona llega a tomar una decisión como la objeción, es porque se siente muy tocada en sus convicciones personales. Ese derecho lo tienen, aunque después le traiga consecuencias dolorosas. Eso no quiere decir que la persona sea ni incorrecta civilmente ni polémica, sino con convicciones profundas. Lo primero que tenemos que hacer es estudiar y reflexionar, porque seguramente habrá matices que se puedan perder en el camino.
RAFAEL VILAPLANA VILAPLANA
HUELVA TIENE UN GRAN OBISPO, FUI AMIGO DE SU INFANCIA Y DESDE MUY PEQUEÑO YA LLEVABA LA DEVOCIÓN LA BONDAD Y LA CARIDAD EN SU CORAZÓN Y RECUERDO MUCHAS VIVENCIAS JUNTO A ÉL QUE NUNCA E OLVIDADO Y POR DONDE PASA DEJA UNA ESTELA DE AMOR QUE JAMAS NUNCA LO OLVIDARAN. SALUDOS