Fue un quite en toda regla, atribuido al manto excelso de su soberana protectora, con una verónica que evitó cualquiera de las trágicas escenas que nos dejó inmortalizadas Goya, en sus horrores de la Guerra de la Independencia. Una aclamación sorda, desgarrada, colectiva, en silencio, que quizás desconcertó a la temible máquina represora francesa, haciéndole desistir de su funesta encomienda, y que debió resonar estruendosa y atronadora tras su inverosímil renuncia y retirada.
Acontecieron los hechos de Almonte, ya consabidos, en medio de una España convulsa, turbada y profundamente dividida por el encontronazo de dos naciones, pero también de dos modos de entender la política y la sociedad del XIX. Cuando apenas se había impreso la Tauromaquia de Pepe Hillo, en 1796, como expresión del auge de la Fiesta Nacional, que nos confirmó el dramaturgo, Fernández de Moratín, con el inevitable protagonismo de sus actores en la guerra; en aquel país en el que no había fiesta de guardar que no se celebrase como Dios manda, con un festejo taurino. Un arte del Antiguo Régimen que, sin embargo, había cautivado a los Viajeros Románticos, que traían nuevos vientos ilustrados de pensamiento de Europa y de América, y que contó con el favor de los liberales franceses de la Revolución, aunque fuere, además, por razones tácticas. De aquellos que traían al suelo patrio el último grito político del momento que transformaba occidente envuelto en la bandera de la igualdad, de la fraternidad y de la libertad.
No dudaron tampoco los protagonistas de esa actividad profesional de alto riesgo vital, que libra cada tarde de luces una batalla desigual, desarrollando un género del arte y de la cultura hispánica, en rendirse, hace muchos años, a los pies de la Reina de las Marismas. Cuyo epicentro devocional está en tierras de cría del toro de lidia, en las marismas del bajo Guadalquivir y tierras adyacentes, dónde las tareas del campo de mayorales, diestros, subalternos y aficionados es tradición inveterada que se culminen con un ¡Viva la Virgen del Rocío!. Una invocación que expresa complicidad, hermandad; y sobre todo, veneración a la que por su mediación todo lo puede.
Es la devoción tan profundamente arraigada en los taurinos del sur de España, como nos atestigua la biografía de muchos de ellos y sería tan prolijo detallar. Y en particular, la historia de Rafael “El Gallo”, miembro de una gran dinastía torera, que tras la cogida mortal que sufrió en la plaza de toros de Algeciras, en junio de 1914, obsequió a la Virgen del Rocío; a la que encomendó su suerte en aquel trance crucial de su vida, con un exvoto pictórico aún conservado. Su rúbrica en letras ostentosas, macizas, de oro, nos lo dice todo, en una sentencia para la posteridad rociera, del siguiente tenor: “Otorga lo imposible”. El vínculo que nos acaba de recordar, con un sonoro eco en los medios, por su enorme proyección pública, el torero Fran Rivera, que invocara su título mariano, antes de afrontar uno de los momentos más críticos de su vida, en su reciente cogida en la plaza de toros de Huesca. De nuevo, con una oración sentida y sencilla, de un devoto confeso de la Santísima Virgen, expresada con un viva, que es la divisa popular que une y congrega a todos sus hijos, repartidos por el mundo, de generación, en generación.
Como los almonteños de aquellas horas fatídicas de agosto de 1810, tras desafiar al tirano francés y salvar la acometida de su descomunal cornalón al pecho, felizmente burlado in extremis; así la Blanca Paloma ha seguido terciando por su pueblo y por sus devotos de tantos lugares, en tantos lances que han puesto sus vidas o su suerte contra las tablas. Un hecho fácilmente constatable hasta 1963 en el famoso cuarto de los milagros de la antigua ermita del Rocío. El burladero monumental que atesoraba infinitud de manifestaciones de gratitud a esta Reina y Señora de las Marismas, de diverso género y alcance, siempre con el don frágil e inapreciable de la vida como sujeto primordial. Y que corroboran multitud de testimonios orales y escritos, que no dejan de sucederse. Historias reales con nombres y apellidos que componen un chaparrón interminable de vivas y más vivas a la Virgen del Rocío, y la razón de nuevos Votos de Promesa y de Acción de Gracias para la posteridad, como el que hoy le celebra el pueblo de Almonte.
Diario ABC, 20 de agosto 2015